Memoria personal en la línea de las grandes autobiografías de nuestro tiempo, a medio camino entre Las cenizas de Ángela y Antes que anochezca. Escrito en el agua es, sobre todo, un ejercicio de introspección, tan riguroso como honesto, en el que su autor no elude los temas más espinosos ni sus propias culpas y responsabilidades.
Con un estilo ameno, sobrio, sin falsos alardes, Pedro Menchén nos relata en este libro la aventura de su vida, una vida llena de pequeños pero fascinantes.
Escrito en el agua es una autobiografía y creo que empezaste a escribirla en 1995. ¿No eras o no eres demasiado joven para escribir tu autobiografía?
Sí, pero es que yo tardo mucho tiempo en escribir mis libros y no quería morirme sin ver terminado éste o sin verlo editado. Mi primer libro me costó 10 años. Labios ensangrentados, catorce… Los abandono, los vuelvo a coger… Yo escribo así. Hay libros que empecé en los años setenta o en los años noventa y todavía no los he terminado. Además, tengo que escribir la segunda parte de mi autobiografía, ya que Escrito en el agua sólo cubre mis primeros 25 ó 26 años, y no sé cuándo la terminaré, entre otras cosas porque ni siquiera la he empezado. Desde luego, no creo que esté lista antes de cinco años. Y tengo tantas cosas que contar. No soy Jack London, pero casi… Por otro lado, temía que se me olvidaran muchas cosas y si dejas los proyectos para la vejez, luego pude ser demasiado tarde.
Conociste a Umbral en tu juventud y a Gregorio Prieto, el pintor de la Generación del 27. Háblanos de ellos. Conocí a Umbral en 1972, cuando él tenía unos treinta y tantos o cuarenta años. Ya empezaba a ser conocido entonces, aunque aún no era famoso. Pero, básicamente, era el Umbral que todo el mundo conoció después. Sin embargo, era más accesible y tratable. Yo tenía 19 o 20 años y le entregué el manuscrito de una novelita mía. Quedamos en una cafetería para hablar de ella y recuerdo que él pidió una Coca-cola y un perrito. Al final, cuando nos despedimos, me dijo: “Me invitas, ¿verdad?” “Sí, claro”, dije yo completamente aterrorizado ya que no estaba seguro de poder para pagar la cuenta. En realidad, sólo llevaba en el bolsillo el dinero para el metro y el autobús. En aquella época no había bonobús y había que pagar siempre que tomabas el metro o el autobús. Por suerte, tenía el dinero justo para pagar la cuenta. Ni un céntimo de menos o de más. Pero tuve que regresar andando hasta mi casa desde la plaza de Castilla hasta Usera; es decir, de un extremo a otro de Madrid. Yo pensaba que Umbral me invitaría a mí, no yo a él. A fin de cuentas, yo era un chaval y él un tipo maduro y los tipos maduros siempre invitan a los jóvenes. Además, él tomó dos consumiciones: una Coca-cola y un perrito, mientras que yo sólo había tomado un té… Pero Umbral ya iba de vedette y, si quedabas con él, había que invitarle… Fue una anécdota divertida después de todo. Pero lo que me entristeció fue que no le gustase mi novela. Según Umbral, yo tenía aún mucho que aprender y tenía razón.
¿Y con Gregorio Prieto, qué tipo de relación tuviste?
Pues le conocí en una exposición antológica que hizo en 1978. Al parecer, le gusté desde el principio y me invitó a visitarle en su casa. Siempre que iba allí, me pedía que me desnudara… Se enamoró de mí y mantuvimos relaciones durante año y medio. Hasta que no pude soportarlo más y rompí con él.
¿Te confesó él mismo que había sido amante de Lorca?
Sí, sí. Lo aseguraba. Me describía incluso cómo era el pene de Lorca. También decía que era pasivo y todas esas cosas. Mucha gente, periodistas italianos, británicos, habían intentado arrancar de Prieto confidencias de ese tipo, pero él se había cerrado en banda y no le contaba nada a nadie, según decía, sólo a mí. Lo que no sabía Prieto es que yo llevaba un diario y que lo apuntaba todo. Lamento haber abandonado el diario a los dos meses. Pero creo que no tiene desperdicio. Lo incluyo íntegro en
Escrito en el agua. Ian Gibson lleva tiempo esperando para poder leerlo. Pero quien a mí me interesaba entonces era Cernuda. Prieto y él habían vivido juntos en Londres y yo no paraba de preguntarle sobre Cernuda. Me confesó que se acostaron juntos una vez y que el pene de Cernuda “era una cosa sin vida”. Pero yo no me fiaría mucho de Prieto. No digo que mintiera, pero lo deformaba o lo exageraba todo.
"Mucha gente, periodistas italianos, británicos, habían intentado arrancar de Prieto confidencias de ese tipo, pero él se había cerrado en banda y no le contaba nada a nadie, según decía, sólo a mí."
Sorprende que te consideres a ti mismo un perdedor, tal como dices en el prólogo de tu libro. ¿Realmente lo crees así?
Claro. Soy de la generación de Muñoz Molina, de Javier Marías, de Mendicutti, de Villena... Empecé publicando mis primeros libros, más o menos, al mismo tiempo que ellos. Sin embargo, ellos han triunfado, ellos viven de la literatura, ellos son famosos y yo no. Pero no me quejo. Cada uno tiene lo que puede o lo que se merece. Y yo, la verdad, no quiero ser famoso. No me gusta ser un hombre mediático. No quiero estar en todos los periódicos, en todos los programas de radio o de televisión. La fama cansa y aburre muchísimo. No sé cómo la soportan. A mí me gusta pasar desapercibido por donde voy, me gusta sentarme en una cafetería y que nadie me conozca. Eso es estupendo. No entiendo cómo a la gente le gusta tanto salir en la tele. Yo me niego a salir en la tele. Ya estuve dos veces en la tele y no quiero volver a salir más. Naturalmente quiero que mis libros triunfen, ellos sí, quiero que se vendan mucho, que tengan mucho éxito, pero que a mí me dejen en paz. Todo lo que tengo que decir, lo digo en mis libros y no tengo nada más que añadir. Me gusta la literatura, pero no me gusta hablar de literatura. Y si, por casualidad, empiezo a tener éxito ahora, te prometo que me apartaré, me alejaré de todo el mundo como hizo JD Salinger.
"En Escrito en el agua he analizado minuciosamente mi vida para tratar de conocerme a mí mismo y, de paso, dar testimonio de ello a los demás."
¿Qué has querido contarnos en Escrito en el agua? ¿Por qué ese título?
Pues, como dijo Borges cuando alguien le preguntó qué quería decir en uno de sus libros, “digo lo que digo…” Es decir que mi libro habla por sí sólo. Todo lo que quiero decir está en el libro. Y no hay nada más que añadir. En Escrito en el agua he analizado minuciosamente mi vida para tratar de conocerme a mí mismo y, de paso, dar testimonio de ello a los demás. Creo que esa sería una buena definición. Y es que no hay nada tan difícil como conocerse a sí mismo. Vivir, saber vivir es un arte muy difícil. Es un arte que muy pocos dominan. Y los pocos que lo dominan son los triunfadores. Los demás, la inmensa mayoría, somos los perdedores. Yo aún estoy intentando aprender a vivir. Vivir consiste en tomar decisiones. Constantemente tomamos decisiones. En cada segundo de nuestra existencia tomamos decisiones. Pero ¿cuáles son las decisiones correctas? ¿Cuáles son las más convenientes? Y es que las decisiones tienen siempre sus consecuencias y éstas pueden depararnos el éxito o el fracaso, la desgracia o la felicidad. De eso, más o menos, es de lo que trata mi libro. Y sobre el título, pues está sacado del epitafio de John Keats y de un poema en prosa de Cernuda inspirado en el epitafio de John Keats. Su significado no puede ser más evidente. Yo no sabía si se publicaría mi libro ni cuándo se publicaría. Temía incluso que quedara inédito para siempre. Pero, ay, se cruzó en mi camino Óscar Pérez, que es un hombre generoso, con visión, y lo publicó. Y es que a los perdedores, a veces, también nos sonríe la suerte. Lo que pasa es que no siempre sabemos aprovecharla.